Azahares de Oriente
El viento ha vuelto a sacudir en la ventana. Nos ha dado
un pequeño susto, pero enseguida pasa. Basta que sacuda de nuevo. Es uno de
esos vendavales de primavera que alegran el día a cualquiera, con esos perfumes
que trae. ¡Qué me van a decir a mí, que me sienta tan bien este olor a pitósforo,
cuando me llega de pronto! Me recoge en la cintura, me sube por el tronco, en
espiral y me acicala en el cuello, por la cervical. ¡Ay, qué sabor fresco! Lo
saben bien las abejas que se vienen todas a tropel, a extasiarse en los ramitos
en flor, a chapucear en los azahares de Oriente, todas las veces que pueden.
También, te gusta a ti este olor a dulce. Me miran tus ojillos, tu boquita
manchada de aceite y tomate, arrugada con una sonrisa de pilla que a la misma
belleza enternece y somete a tus caprichos fieles. Dices algo que no entiendo.
Lo repites. Una y otra vez. Lo repites tantas veces que el bucle se complica,
se vuelve un torbellino de intentos, de ansia, de amor y de juego. De repente,
te has callado. Es que has oído al viento. Aquí están de nuevo, otro vendaval y
el pitósforo coqueto.
Mofred
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