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Mostrando entradas de junio, 2020

Canto del autillo enamorado

  Canto del autillo enamorado - Audio LINK Son las ocho. El ocaso sopla suavemente, se despide. Las nubes se tiñen de malva y de rosa, se quitan las ropas para cenar. Son en verdad vergonzosas, se ruborizan con facilidad. Alguna estrella ha comenzado ya a acercarse con las luces abiertas de par en par y, en la orilla aún clara, una gaviota se para, espera mirando a las aguas, por si algún pececillo se atreve a asomar. En el aire, suena un seseo. Él se viene y él se va, igualito a las olas de sal. Persiste y aumenta. Es más, me rodea, pues no es el seseo de la espuma de mar que arriba a descansar, sino el de los mosquitos que salieron de sus dunas a bailar y beber sin parar. Nos vamos corriendo, me despido del cielo cian. Cuando avanza la noche, un verso enamorado atraviesa el espacio lunar, se repite sin fallar. Tiene letras secretas, escritas con una tinta metal. Al ulular de sus notas, el silencio se carga con perfume y veneno, como el amor que se da. Añado una luz. A los g

Amado desconocido

Su olor era intenso, urgente como el perfil vespertino que se apoyaba en sus pómulos. Su piel y sus manos, sus labios eran ligeros, flotaban en la mirada larga del cielo ocre, donde asoman las estrellas primeras y la luna recostada espera. Los campos daban paso a los prados y los prados a los bosques y después, al río que brota de la roca helada. Brillaba la tierra de un sueño. Giraba rápido, más rápido, hasta apilarse, en los extremos, rarezas y secretos, agua y arena, trocitos de un deseo, tiempo y un silencio repleto. La noche ya era oscura. Leire escuchaba el tren que silbaba. La ventana se doblaba en sus ojos, con los campos y los prados y los bosques, mientras sus hombros caían despacio, resbalaban poco a poco sobre ella. Respiraban en su cuello. mofred

Voces rotas

De pronto, un ruido sorprendió a Federica. No podía ser cierto lo que oían sus oídos: ¡eran niños! El tiempo que hacía que no se escuchaban en el pueblo unas voces tan hermosas, tan agudas e inocentes, tan… ¡no lo sabía nadie! Corrió enseguida a asomarse a la ventana. Ahí estaban los dos, correteando sin parar, por todos lados, mientras la madre intentaba ubicarse en un mapa, sentada en el único banco que había en toda la plaza. Federica quiso saludar varias veces, pero no se atrevía. No sabía cómo hacerlo. Después de tanto tiempo, se le había olvidado. Le daba reparo molestar. A ella y a los pocos vejestorios más que quedaban vivos en el pueblo. El resto estaba bajo tierra o muy lejos desde hacía años. Ninguno dio señal alguna. Se quedaron, como Federica, observando y queriéndose acercar, sin saber cómo. mofred, diciembre 2019