Una última vez

Lucía cerró la puerta de un portazo. Fue tal el estruendo, que incluso el eco se asustó al golpearse contra los muros vecinos. Al otro lado de la puerta, Sonia  seguía en pie, inmóvil y algo asustada. Esperaba que Lucía cambiase de opinión; tenía dos billetes en la mano. Ya no quedaba casi nadie. Madrid se había convertido en un inmenso espacio ausente, repleto de calles gigantescas que sumían a la ciudad en un silencio inaudito. De vez en cuando, pasaba un camión-bus. Al llegar al portal, Lucía vio uno pasar del otro lado de la calle. Lo llamó. Necesitaba sumergirse en sus recuerdos, por última vez. Ellos también se desvanecían. No le daba tiempo a despedirse. La boina tóxica, que cubría la ciudad, estaba a punto de colapsar. El desplome de partículas era inminente. Lo decían en la radio. Dentro del camión-bus, no había nadie. Sólo el conductor. Se saludaron y ella se agarró para subir. No hizo falta decir nada. Hacía el mismo camino de siempre.

mofred, diciembre 2019

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