Amado desconocido


Su olor era intenso, urgente como el perfil vespertino que se apoyaba en sus pómulos. Su piel y sus manos, sus labios eran ligeros, flotaban en la mirada larga del cielo ocre, donde asoman las estrellas primeras y la luna recostada espera. Los campos daban paso a los prados y los prados a los bosques y después, al río que brota de la roca helada. Brillaba la tierra de un sueño. Giraba rápido, más rápido, hasta apilarse, en los extremos, rarezas y secretos, agua y arena, trocitos de un deseo, tiempo y un silencio repleto. La noche ya era oscura. Leire escuchaba el tren que silbaba. La ventana se doblaba en sus ojos, con los campos y los prados y los bosques, mientras sus hombros caían despacio, resbalaban poco a poco sobre ella. Respiraban en su cuello.



mofred

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