Canto del autillo enamorado



Son las ocho. El ocaso sopla suavemente, se despide. Las nubes se tiñen de malva y de rosa, se quitan las ropas para cenar. Son en verdad vergonzosas, se ruborizan con facilidad. Alguna estrella ha comenzado ya a acercarse con las luces abiertas de par en par y, en la orilla aún clara, una gaviota se para, espera mirando a las aguas, por si algún pececillo se atreve a asomar.
En el aire, suena un seseo. Él se viene y él se va, igualito a las olas de sal. Persiste y aumenta. Es más, me rodea, pues no es el seseo de la espuma de mar que arriba a descansar, sino el de los mosquitos que salieron de sus dunas a bailar y beber sin parar. Nos vamos corriendo, me despido del cielo cian.
Cuando avanza la noche, un verso enamorado atraviesa el espacio lunar, se repite sin fallar. Tiene letras secretas, escritas con una tinta metal. Al ulular de sus notas, el silencio se carga con perfume y veneno, como el amor que se da. Añado una luz. A los gecónidos, ayuda a cazar. Llegan polillas, moscas, hormigas, mantis, escarabajos, mirmeleóntidos… todos a llenarse el paladar. Los gatos maúllan. De fondo, otro rapaz avisa con su grito letal. Y mientras, el autillo del árbol, a componer y a llorar.


mofred 



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