Voces rotas


De pronto, un ruido sorprendió a Federica. No podía ser cierto lo que oían sus oídos: ¡eran niños! El tiempo que hacía que no se escuchaban en el pueblo unas voces tan hermosas, tan agudas e inocentes, tan… ¡no lo sabía nadie! Corrió enseguida a asomarse a la ventana. Ahí estaban los dos, correteando sin parar, por todos lados, mientras la madre intentaba ubicarse en un mapa, sentada en el único banco que había en toda la plaza. Federica quiso saludar varias veces, pero no se atrevía. No sabía cómo hacerlo. Después de tanto tiempo, se le había olvidado. Le daba reparo molestar. A ella y a los pocos vejestorios más que quedaban vivos en el pueblo. El resto estaba bajo tierra o muy lejos desde hacía años. Ninguno dio señal alguna. Se quedaron, como Federica, observando y queriéndose acercar, sin saber cómo.

mofred, diciembre 2019

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