La costurera rusa
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Nostalgia, no he sentido. Ni la
siento hoy. Ni por un momento, ya fuere débil o solitario, ha venido la
nostalgia a visitarme, ni siquiera por las calles heladas de mi niñez, donde
jugábamos con el reflejo de nuestros botines, ni por el olor a ropa vieja, que
emanaba de la chimenea, ni por la llama tenue y temblorosa, que acariciaba tan
delicadamente el cazo de cobre, que lo envolvía durante horas, mientras se
calentaba la casa. No echo de menos ni la nieve ni el viento gélido, que nos
agrietaba los labios y la cara. Ni tampoco esos guantes de lana, que se
clavaban en mis dedos como si fuesen astillas, mientras me tiraba por la nieve en
trineo y mi hermano esperaba obediente su turno a pie de pista, quieto y muerto
de frío. Me he acordado pocas veces de mis raíces en todo este tiempo, que he
vivido tan lejos de mi casa. No he tenido tiempo para dedicar a los años en que
crecí pensando saberlo todo de donde no sabía nada. Ni un segundo he tenido para
volver a la ilusión de una soberbia dogmatizada. Apenas me daba el día para
entender nuevas lenguas, acentos y costumbres lejanas. Empeñaba mis sueños incluso,
durante la noche, para seguir aprendiendo de lo que el día me regalaba. Nunca
pensé que fuese tan curiosa mi mirada, ni siquiera pensé, que tener una fuese a
ser mi suerte más preciada. Que, en los detalles más simples, en las más
pequeñas cosas, fuese a encontrar la más intensa de las emociones, la más
importante de las huellas, la conciencia de mi vida, la mía: una sonrisa, el
abrigo tierno de la piel ajena, el sabor reconfortante de los besos, el calor
de las calles sencillas, la música de los pasos vecinos, las reuniones sin
tapujos en el bar de la esquina, el aroma intenso del café recién hecho, el
ruido del periódico que se discute en compañía, la tertulia sincera, la pausa
en torno a una mesa, la alegría en los ojos que me miran, la invitación amiga… Son
pequeñas cosas, sencillas e inmediatas. Pequeñas cosas que dignifican una vida,
un pueblo. No hay nada más urgente, nada más necesario, que vivir, poder
observar el camino, transcurrirlo libre de vendas.
Grandes castillos
Te adornan con
ceguera
Si no te alejas
Mofred
Entra en Historias para un instante de amor - Poesía
-Mi primer libro de poesía en papel-
Me ha encantado, gracias.
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